En el número 18 de Saigón, nuestro asociado y escritor Manuel Delgado realizó una entrevista al también autor Enrique Cortés, que por motivos de ajuste económico tuvimos que reducir. A fin de no perder ni una sola de las palabras que nos dedicó, la reproducimos aquí en su totalidad.

Enrique Cortés (Zamora, 1980) es
escritor y profesor de Literatura en el IES Marqués de Comares de Lucena.
Publicó en 2007 La Torre, su primera
novela, bajo el sello editorial Umbriel. Tres años después fue traducida al
alemán con el título Der 26. Stock en
la editorial alemana DTV. Su segunda novela, La sombra de la luz, recibió en 2010 el Premio Astro de Ficción
Científica y ha aparecido en el sello Transversal de la editorial Equipo
Sirius. Recientemente ha recibido el primer premio del certamen «El coloquio de
los perros» por su relato Córdoba, 1514.
Más información sobre el autor en su página web: www.enriquecortes.com
1.- Entre tantas etiquetas:
profesor, defensor de los animales, novelista, poeta, prosista... ¿Con cuál se
quedaría?
Pienso que una persona puede definirse por sus héroes. Yo
admiro a mi hermana, que fue capaz de salvar a una perrita embarazada a la que
su dueño iba a matar, llevársela a casa, asistirla en un parto de diez
cachorros y encontrar para ellos un buen hogar. Admiro a Fernando Vallejo,
escritor colombiano que el mes pasado donó los 150.000 dólares del premio FIL
de Literatura a dos asociaciones protectoras de animales. Admiro a todas esas
mujeres mayores que cada noche salen en busca de los gatos de las calles para
dejarles algo de comida y agua, arriesgándose a las multas de la policía o a la
imprecación de algún imbécil. Mi admiración por ellos es superior a la que
siento por Herman Melville o Mozart. Creo que eso contesta a la pregunta.
2.- ¿Qué fue aquello que le
impulsó a escribir?
La necesidad de comunicarme. Empecé descubriendo en el folio
en blanco un amigo paciente al que contar mi realidad. Después enseñé un par de
cosas de lo que escribía y, como gustaron, me formé en la cabeza el sueño de
publicar. Y cuando pasé de las diez o doce cartas de rechazo de editoriales
descubrí que escribía para eso, para escribir, porque ya era parte de mi forma
de vivir, porque no hacerlo sería suicidarse lentamente.
3.- Habiendo sido usted
estudiante durante una época rica en manifestaciones culturales, ¿cómo ve el
panorama creativo de nuestra actual juventud?
Yo fui estudiante en los noventa, que tampoco fue el
Renacimiento precisamente. Ahora las cosas están aún peor. La juventud se llena
los ojos de literatura infantil y juvenil de factura yanqui, y es complicado
encontrar una voz original. Incluso los adultos admiran con devoción bazofias
como la saga Crepúsculo. No es extraño que nuestros jóvenes hayan
perdido una referencia adulta, un modelo. Por otra parte, creo que hemos errado
repitiéndoles una y otra vez las mismas palabras: tolerancia, igualdad,
solidaridad, discriminación. Ahora no saben escribir sobre otra cosa. Y como
han crecido con todos los derechos del mundo, ni siquiera son rebeldes. No
saben serlo, y eso es un problema para cualquier artista (aunque una
tranquilidad para la clase política). Esto cambiará, claro, pero me temo que el
principio de siglo no será recordado por su brillantez científica o
cultural. Es lamentable pensar que
nuestro mayor aporte a la humanidad habrá sido el facebook.
4.- ¿Qué le parece que hoy en
día esté «despreciada» la poesía escrita y en alza la «poesía musicada» entre
los jóvenes?
Me parece que no está en alza la poesía de ningún tipo.
Tradicionalmente, la poesía oral se ha difundido con mayor fuerza y rapidez que
la escrita. La propia poesía nació para ser recitada y acompañada de música.
Sin embargo, la mayoría de las canciones actuales están vacías de contenido.
Enciendo la radio y me asaltan las chorradas del tipo «mi amorcito se fue»,
«qué voy a hacer sin ti» o «ven y te daré candela». Me niego a creer que eso
sea poesía lírica. Y si lo es, entonces con alguna honrosa excepción, como Ángel
Padilla o las rimas cultivadas en el entorno del hip hop, pienso que la lírica
de hoy en día es una mierda.
5.- Ya que está de actualidad el
tema últimamente: ¿qué opina de la cultura libre, es decir, la restricción de
descargas a obras de arte tales como música o literatura?
La producción artística que hoy suele llegar al público es
el resultado de un proceso industrial más y, como tal, los empresarios que lo
dirigen intentan maximizar beneficios. En la actualidad un escritor puede
hacerse millonario con un solo libro. Esto, que a mí me parece obsceno, trata
de garantizarse desde el poder cerrando páginas en Internet e imponiendo
cánones bibliotecarios, dinero que se entrega a un autor cada vez que alguien
saca uno de sus libros de una biblioteca. Yo creo que todo el mundo debe tener
la posibilidad de acceder a lo que escribo. Por eso me he negado a cobrar ni un
céntimo del canon y me hace ilusión cuando compruebo que alguien se toma la
molestia de subir a la red una de mis obras. Yo no estoy en esto por dinero.
6.- ¿Qué siente al explicarse y
expresarse a través de la literatura? Es decir, ¿qué es lo que más le gusta de
ser escritor?
Hay algo que todas las civilizaciones antiguas tuvieron
claro, desde los sumerios a los griegos: la palabra es mágica. La mitología
hebraica nos habla de la creación del mundo por Dios a través de la palabra: «Y
dijo Dios...». Ra, el dios sol y dador de vida, conocía el nombre verdadero de
todas las cosas y gracias a ello dominaba el mundo y la resurrección. De hecho,
los egipcios se referían a la escritura en jeroglíficos como «escritura de la
palabra de los dioses». Escribir preocupándose por convertir tu escritura en
arte es participar de ese milagro. Yo podría escribir, por ejemplo, lo
siguiente: «El pasillo está oscuro. La puerta chirría al abrirse y ves, en el
centro de una habitación vacía, una jaula». Ahora preguntaría al lector: ¿Cómo
es esta jaula? ¿Plateada, negra, de barrotes dorados? ¿Es pequeña o de tamaño
humano? Y la habitación, ¿de qué color es? Hay infinitas respuestas posibles,
porque cada lector ha creado en su mente esa realidad alternativa sugerida por
las palabras del escritor y ha completado los detalles con su propia
imaginación. Escribir es crear mundos, una arquitectura de lo fantástico. Adoro
escribir porque es el único milagro que he aprendido a hacer.

7.- ¿Qué busca en el lector: que este interprete lo que usted escribió o que le dé otras interpretaciones que usted no pretendía?
No busco nada. Ni siquiera busco al lector. Ya hay bastante
gente que lo busca con alguna pretensión. Los publicistas lo buscan para que
compre, los políticos para que les vote, la televisión para que no cambie de
canal... Yo sólo escribo. Hubo personas que me confesaron haber sentido
claustrofobia recorriendo los largos pasillos oscuros de La sombra de la luz.
Otras me hablaron de la ternura que les transmitió en La Torre la
humilde comida en casa de Mateo. Me basta saber que soy capaz de conmover, de
hacer sentir. Como antes he comentado, no es el escritor, sino el lector quien
crea la realidad. El lector debe ser libre para dar vida con el matiz de sus
experiencias personales a lo que yo le sugiero con las palabras. Ver el arte
con nuestros propios ojos es una de las pocas libertades auténticas que nos
quedan.
8.-¿Qué artistas le han influido
más en su carrera literaria?
En cuanto al fondo de mis escritos, me influyen más las
personas que me rodean. Amigos, familia, vecinos, alumnos... Cualquiera puede
sorprenderte de improviso con una reflexión sugerente que te aporte contenido.
También la naturaleza es un milagro cuya mera contemplación es capaz de hacer
que las palabras broten y se enlacen de forma sorprendente. Como bien saben en
Oriente, un cerezo en flor o el salto primerizo de un gazapillo que descubre el
mundo pueden revelarte verdades más absolutas que un docto tomo de literatura.
El mundo es la obra de arte sublime y de él aprendo. De los escritores y sus
obras he procurado asimilar la forma de tratar la palabra con pulcritud y
ordenar mi discurso. La lista de influencias es larga, desde la injustamente
desconocida Epopeya de Gilgamesh, de autor anónimo y primera muestra
literaria conocida, hasta maestros como Melville, Zola, Balzac, Galdós, Carver
y, por supuesto, la maravillosa sonoridad de Virginia Woolf. ¿Algún título para
aprender de qué va esto? Cómo ser novelista, del neoyorkino John
Gardner. Una lección magistral.
9.- ¿Qué grado de implicación
tiene su vida en aquello que escribe?
La implicación es absoluta. Escribir es el oficio más
solitario que puedo concebir. El enterrador comparte al menos la compañía de lo
que una vez fue. El escritor convive con el asalto continuo de lo que no ha
sido y quiere ser. Quien escribe idea solo, construye su historia solo y crea
en soledad. No es fácil hacer partícipes a los demás de la historia hasta que
está terminada y, aun entonces, quien te lea lo hará solo. Un pintor puede
compartir una exposición con sus amigos. Un escritor está obligado a esperar en
casa a que los amigos vuelvan y le digan qué les pareció. Esa tremenda soledad
del proceso creativo te absorbe hasta
hacerse a veces difícil de manejar. Y pese a todo, pienso que Henry Miller
acertaba cuando dijo que la mayor parte de la escritura se hace lejos de la
máquina de escribir. La vida es el referente absoluto de lo que escribo.
Procuro ser observador y escuchar sin hablar demasiado. Eso me permite
acercarme a los demás, entender sus estados de ánimo y, llegado el caso,
identificarme con ellos. Es la empatía, una herramienta básica del que escribe.
Así no sólo vivo mis vidas, sino en cierto modo también las de los demás. Es en
ese sustrato de recuerdos y sentimientos propios y ajenos donde, con el abono
de las palabras precisas, surge la vida que no es vida, la flor de papel. Por
lo tanto, de una forma u otra, escribo lo que vivo. Otra cosa sería deshonesta,
y tener que dejar de lado la honestidad sería una de las pocas razones que me
harían renunciar a la escritura.
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